Embarazo: Amenaza de parto prematuro
Días de hospital, contracciones, correas, habitación con vistas, horas muertas y aburrimiento.
El día 23 por la mañana me desperté encontrándome un poco mal. Estaba de 29 semanas. Fuimos a la revisión con la comadrona, que conociendo mi historia previa (manchado y episodio de contracciones a las 26 semanas) me puso los monitores y las correas para controlar cómo iba. Pues resulta que estaba teniendo contracciones. Estuve un rato allí en espera (una hora!) y me dijeron que acudiera al hospital, que ellos me hacían la derivación. No sabía bien qué me estaba pasando, iba más tranquila de lo que en realidad tendría que estar.
Llegué allí y me llevaron directamente a la sala de partos, en los boxes de espera. Me pusieron las correas y me explicaron: «Estás teniendo contracciones fuertes y constantes, y te tienes que quedar ingresada. Puede que el niño quiera nacer, así que vamos a intentar que no lo haga todavía.» Me pincharon para que le maduraran los pulmones y es ahí cuando empecé a asustarme. Me pusieron en vena un medicamento que no recuerdo para frenar el trabajo de parto y estuve horas allí, esperando.
Le dije a mi madre que tenía que ir a trabajar, que era el día de San Juan, y si trabajas en turismo ese día es el de más trabajo de todo el año. Me riñeron y me dijeron que no me preocupara, que tenía que estar lo más tranquila posible. ¡No era nada fácil! Llamé al trabajo medio asustada, puesto que ya me habían insinuado que no podría seguir trabajando hasta que el niño naciera, así que tendría que pedir la baja. Me dijeron que estuviera tranquila, que lo importante era el niño.
Por la noche, me subieron a planta al ver que me estabilizaba un poco, pero no me desconectaron del monitor. No me dejaban levantar ni para ir al baño, estaba en reposo absoluto, y fue bastante duro. Me explicaron que probablemente tenía lo que se llama útero irritable, y que había empezado el trabajo de parto, pero que si no se me borraba el cuello y manteníamos controladas las contracciones, el bebé aguantaría allí dentro. Me pusieron como meta aguantar hasta las 33 semanas, y luego ya veríamos. Si tenía que nacer, lo sacarían adelante.
Yo tenía una intuición: sabía dentro de mi que mi hijo no nacería todavía. No sabía cómo, ni podía explicarlo, pero yo sabía en alguna parte de mi interior que mi bebé aguantaría todavía un poquito más.
Me tuvieron seis días ingresada en el hospital en reposo absoluto (¡haciendo pis en una cuña! Fue horrible). Cuando me dieron el alta me dieron instrucciones muy claras: vas a ir de la cama al sofá, del sofá al baño, y del baño a la cama. No te levantarás y no saldrás de casa hasta que tengas visita médica. ¡Planazo! En pleno julio, con un calor que me muero y con obras en la fachada, esto es un horror.
A partir de este momento me llevan en ARO (alto riesgo obstétrico) en el hospital, pero de momento se mantiene estable. Voy teniendo contracciones pero el peque no quiere salir todavía.
Un susto enorme, pero aquí seguimos, aguantando.