Amenaza de parto prematuro: mi segunda experiencia
Hace unos dos meses que salí del hospital, después de estar ingresada durante tres días por una amenaza de parto prematuro. Es la segunda vez que me pasa; la primera os la conté a medias en este post, hace ya 9 años.
En este tercer (cuarto) embarazo, estaba de 24+5 semanas, es decir, casi de 25 semanas, cuando decidí ir al hospital. Llevaba días con contracciones que no cesaban durante horas, aunque al cabo de un rato parecía que se iban.
Pero el viernes que decidí ir a urgencias, hacía muchas horas que las contracciones eran constantes y yo empezaba a tener miedo de que estuvieran haciendo efecto, es decir, de que me estuvieran borrando el cuello del útero y empezando a dilatarlo.
Fui al hospital sin bolsa, con la esperanza de que me tendrían un rato en urgencias y luego me mandarían para casa, pero no fue así. Me puserion los monitores que controlan las contracciones y el latido cardíaco fetal, y observaron que estaba teniendo contracciones entre 5 y 8 minutos, de intensidad moderada.
Ya estábamos otra vez. Ya me imaginaba qué me iban a decir: estás teniendo una amenaza de parto prematuro. Ahora os explicaré qué pasó a continuación, pero antes os voy a explicar qué es una amenaza de parto prematuro.
Índice
¿Qué es una amenaza de parto prematuro?
Una amenaza de parto prematuro o pretérmino se produce cuando aparecen contracciones regulares en la madre embarazada antes de la semana 37, y que provocan la apertura del cuello del útero. Un bebé nacido antes de las 37 semanas de gestación puede requerir atención especializada y tener un riesgo más alto de padecer ciertas condiciones o enfermedades, por eso es importante frenar el trabajo de parto antes de que sea demasiado tarde.
Algunos de los síntomas de parto prematuro pueden ser los siguientes:
- Sensación de endurecimiento del abdomen (contracciones)
- Dolor en la espalda baja
- Sensación de presión en la pelvis
- Cólicos leves
- Manchado vaginal leve
- Rotura prematura de membranas, pérdida de líquido amniótico
- Cambio en el flujo vaginal
Fuente: www.mayoclinic.org
De todos estos síntomas, yo lo que notaba eran contracciones constantes y bastante dolorosas, y mucha presión en la parte baja del abdomen y alrededor de la pelvis. Algunas contracciones irradiaban hasta la espalda baja. Con mi primer hijo tuve pérdidas de sangre, pero esta vez no tuve ninguna, ni tampoco se me rompió la bolsa en ninguna de las dos ocasiones. Esto facilitó que los médicos pudieran frenar mi trabajo de parto y aguantar al bebé dentro el máximo tiempo posible.
¿Pero cuál es la diferencia entre contracciones de parto y contracciones de Braxton-Hicks?
Existen unas contracciones que son de preparación, o llamadas «falsas contracciones» o «contracciones de Braxton-Hicks», y que van preparando al cuerpo para el día del parto, pero sin afectar el cuello uterino.
Contracciones de Braxton-Hicks:
- No son regulares
- No son frecuentes
- No suelen producir dolor (si duelen un poco, suele ser en el bajo vientre)
- Duran menos de 1 minuto
- Con el reposo, cambiando de posición o hidratándonos con agua, suelen parar
Contracciones de parto:
- Son regulares y no se van espaciando en el tiempo
- Son intensas, suelen doler, y a veces irradía el dolor hasta la espalda
- Cada vez se hacen más frecuentes, pasa menos rato entre una contracción y la siguiente
- Duran un minuto o algo más
- No ceden con el cambio de postura o con el reposo
Fuente: www.federacion-matronas.org
Como he dicho antes, mis contracciones en ese momento eran de intensidad moderada (picos de 50-60-70 según la máquina, en una escala entre 0 y 100 aprox) y frecuentes, cada unos 5/8 minutos. Así que aquello no tenía pinta de parar.
Me hicieron un tacto y vieron que tenía el cuello del útero muy blando y que no estaba cerrado, además de estar un poquitín corto, así que me dijeron que lo mejor era que me quedara ingresada unas 48 horas para que me pudieran poner medicamento en vena y frenar la dinámica uterina.
Cuando me lo dijeron, me derrumbé. Tenía muchas ganas de que llegara el viernes, era la primera semana que los niños volvían al cole después de las vacaciones navideñas y les había echado mucho de menos. Llevábamos días visualizando el fin de semana y los ratos que podríamos jugar con los niños y salir a pasear, porque por fin había pasado la terrible ola de frío que había dejado a casi todo el país blanco de nieve, así que la noticia me cayó fatal.
Pero también entendí que era lo mejor. La doctora me dijo que me harían una PCR (protocolo COVID-19), que me pondrían una vía con Atosiban en vena y que me pincharían corticoides (Betametasona) para madurar los pulmones de la niña, por si a caso. Ya sabía de qué iba aquello, pero escucharlo de nuevo volvió a asustarme.
Al cabo de una hora aproximadamente de que me inyectaran el medicamento (Atosiban), las contracciones ya habían disminuido bastante, aunque todavía estaban allí. Me subieron a una habitación y esperé a que llegara mi marido con la bolsa con mi ropa. Estaba muy desanimada, no había podido ni explicarles a mis hijos que no nos veríamos hasta dentro de dos o tres días, y me sentía muy mal por no poder estar con ellos e irlos a recoger a la escuela como era habitual.
Me dijeron que me moviera lo mínimo, puesto que el movimiento y la gravedad favorecen las contracciones, y estuve 48 horas en una cama sin apenas moverme. También me dieron progesterona por vía vaginal y volvieron a ponerme el pinchazo para la maduración de los pulmones.
Ingresé un viernes al mediodía, y el domingo pasó la doctora para decirme que mejor si me quedaba un día más, pero me salió un gemido de lo más profundo de mí y un «noooo» que hicieron que la doctora se lo pensara. Ya se había terminado el medicamento, así que me dio otra opción: me dijo que si en casa me iba a estar quieta, tranquila e hidratada durante unos diez días, que me dejaba marcharme, porque entendía que tenía dos hijos que atender, y que los echaba mucho de menos.
Le prometí que sí, que haría bondad, y me dio el alta, aunque antes de eso volvieron a ponerme los monitores para comprobar que las contracciones habían aflojado.
Desde entonces, estoy de reposo relativo, intentado hacer lo mínimo. Al mes de estar en urgencias, el cuello había crecido un poco, pero seguía teniendo algún episodio de contracciones. Hoy hace algo más de dos meses que salí del hospital, y durante el primer mes tuve muy poquitas contracciones, bastante esporádicas y sin dolor.
Ahora estoy de 34 semanas y hace unos quince días que las contracciones se han intensificado, duelen más y son más regulares. Me aparecen por la noche, y siempre pienso que cuando me despierte tendré que ir al hospital, pero al levantarme ya han desaparecido. Así que, de momento, vamos aguantando. Tengo que decir que mi primer hijo me tuvo una semana entera en el hospital y dos meses de reposo en el sofá (sin salir de casa), pero no se me rompió la bolsa hasta justo la semana 40, así que logramos que saliera a término.
Espero que esta pequeñina también aguante hasta las 40. ¡Cuantas más semanas dentro, mejor!